El día 26 salimos a las 8:15 de la mañana de Santiago con destino Isla de Pascua a unos 2075km del lugar habitado más cercano, una isla de tan solo 60 habitantes, y a 3526km de la costa chilena. Después de unas cinco horas de vuelo nos estaba esperando en el aeropuerto de Hanga Roa, la única población de la isla, Negro Tapia, el dueño de las cabañas donde nos alojábamos. Nos recibió con un collar de flores de llamativos colores para cada uno. Cuando llegamos a la cabaña nos preparamos algo de comer y nos cambiamos de ropa para ponernos más fresquitos ya que en la isla hacía mejor temperatura que en el continente. Después de comer dimos un paseo por las calles de Hanga Roa, nos metimos en todas las tiendas de artesanía e íbamos fichando para comprar un moái de recuerdo. Fuimos a ver la puesta de sol a las afueras del pueblo donde vimos nuestros primeros moáis en la zona de Kio'e; aquí cuatro moáis permanecen firmes en su ahu (plataforma ceremonial), son tan impresionantes que llegan a emocionar. Luego caminamos unos metros más hasta llegar al único moái que conserva los ojos de nácar que antiguamente poseían todos. Pronto comenzó a oscurecer, de regreso a las cabañas paramos para alquilar un coche para recorrer la isla al día siguiente. Después volvimos a la cabaña para cenar y descansar ya que había sido un día larguísimo. A la mañana siguiente nos despertamos temprano para recoger nuestro coche, un pequeño todo terreno, y a pesar de la lluvia empezamos nuestra ruta por la isla. El primer ahu que queríamos visitar llamado Vinapu se encontraba a pocos kilómetros de Hanga Roa; el camino estaba muy embarrado pero después de equivocarnos en un cruce conseguimos llegar. Estos moáis estaban caídos en el suelo con la cara hundida en la tierra; también nos los encontramos caídos boca abajo en las dos siguientes paradas: Hanga Te'e y Akahanga. En esta zona de la isla tuvieron más efectos destructivos las disputas entre clanes que en otras partes de la isla, debido a estos enfrentamientos las distintas familias intentaban derrumbar los moái de las familias rivales como afrenta. Nuestra siguiente parada fue Rano Raraku, un volcán inactivo del cual extraían las rocas utilizadas para la fabricación de moáis. Nos adentramos en la antigua cantera alucinados por la presencia de decenas de moáis de distintos tamaños que daban la impresión de que los hubieran dejado abandonados. La mayoría estaban semi enterrados, algunos en pie rectos o torcidos, otros tumbados o caídos, incluso había alguno del que sólo se asomaba la cabeza. Desde aquí también se divisaban a lo lejos los impresionantes quince magníficos, quince moáis colocados en fila a primera línia de la costa. En esta misma ladera se encuentra el único moái arrodillado y también el más antiguo de la isla llamado Tuku Turi. No muy lejos de esta zona se apreciaban en la roca de la montaña tres moáis sin terminar, todavía sin extraer de la montaña. En esta cantera existen casi 400 moáis sin terminar, la mayoría dispuestos para ser trasladados; se piensa que estos trabajos fueron abandonados repentinamente al desatarse una guerra entre clanes que acabaría con la tradición de los moáis. Luego nos dirigimos al cráter del volcán donde ahora existe una pequeña laguna con algunos moáis en su orilla. En este momento empezó a llover con más fuerza por lo que aprovechamos para comernos los bocadillos y visitar los puestos de artesanía. No parecía que la lluvia fuera a disminuir así que decidimos seguir la marcha, llegamos hasta la costa donde se encontraba el ahu de Tongariki con sus quince moáis alineados. Esperamos un rato en el coche hasta que aflojara la lluvia y después dedicamos un buen rato a hacernos fotos con estos moáis desde todas las perspectivas posibles; era un sitio increible con vistas al mar, al volcán y a los moáis. La siguiente parada la hicimos en un lugar llamado Papa Vaka donde se hallan un conjunto de rocas con grandes petroglifos. No tardamos mucho en llegar a Anakena, la popular playa da la isla. Aquí también se encuentran seis moáis de los cuales cuatro de ellos todavía conservan intactos sus pukaos (una representación del moño que solían llevar los antiguos rapa nui, fabricado con otro tipo de roca volcánica de un color rojizo). Después de unas cuantas fotos nos acercamos a la playa de arena blanca y agua turquesa rodeada de enormes palmeras. Todavía estaba nublado pero ya no llovía y el agua no estaba muy fría así que había que bañarse por segunda vez en el Pacífico. Después del chapuzón ya estaba oscureciendo así que regresamos a las cabañas. A pocos metros comenzaba un espectáculo de danza tradicional rapa nui y acudimos a verlo. La danza y las vestimentas poseían una marcada influencia polinésica, lo cierto es que la gente de la isla tiene mucho más que ver con las islas polinésicas que con Chile, quizás por eso los rapa nui recelan de los chilenos continentales y carecen del sentimiento patriótico. El show duró algo más de una hora y disfrutamos muchísimo del espectáculo, la música sonaba muy alegre y animada y los movimientos de los bailarines resultaban hipnóticos. Una vez concluido el show regresamos a la cabaña a cenar y a dormir. Al día siguiente nos despertamos algo antes del amanecer para poder aprovechar el coche de alquiler que teníamos que devolver a las 9 de la mañana. Condujimos hasta Puna Pau, la cantera utilizada para la extracción de la piedra roja que los antiguos rapa nui utilizaban para elaborar los pukaos. Aparcamos próximos al volcán y caminamos hasta sus inmediaciones donde encontramos decenas de pukaos abandonados, desde aquí también pudimos disfrutar de unas bonitas vistas del pueblo Hanga Roa. Continuamos conduciendo hasta el interior de la isla hasta llegar al ahu Akivi donde se encuentran los únicos moáis que no están ubicados en la costa mirando hacia el interior de la isla. Aquí nos entretuvimos un buen rato por lo que se hizo la hora de ir a devolver el coche. Enfrente estaba la tienda donde recogimos los moáis de madera que habíamos encargado con la leyenda del hombre pájaro tallada en su espalda, hecha con una madera llamada miro tahiti típica de la isla. Dejamos nuestras compras en la cabaña y cogimos las mochilas ya que queríamos hacer una caminata hasta el cráter del volcán Rano Kau, el más grande de la isla y próximo al pueblo. El primer tramo de la caminata lo hicimos a lo largo de la costa hasta llegar a las faldas del volcán donde comenzaba el sendero cuesta arriba. Atravesamos un bosque frondoso de eucaliptos y una pradera más despejada los últimos metros hasta llegar al cráter. Nos impresionó su forma perfectamente redonda con una bonita laguna en su interior. Bordeamos el cráter hasta llegar a Orongo, una antigua aldea ceremonial construida en el borde del cráter que da al océano. Sus viviendas son circuares, semi enterradas y construidas con lajas de piedra. Después de la visita emprendimos el camino de regreso a Hanga Roa. Llegamos hasta el puerto donde pudimos ver tortugas enormes nadando y luego comimos en un restaurante con un agradable porche en primera linia de mar. Cuando terminamos de comer ya era media tarde, regresamos a las cabañas para descansar un poco y cuando se acercó la hora del atardecer caminamos hasta los moáis próximos al pueblo que habíamos visitado el primer día. Cuando ya había oscurecido regresamos al hostal donde nos esperaba una parrillada de pescado que disfrutamos con nuestros vecinos de las cabañas y los dueños. Comimos un pescado que ellos llaman piscis, lo que en españa conocemos como doradas. Usábamos hojas de palmera como plato y nos las comimos con las manos acompañadas de trozos de camote, una especia de patata dulce. Nos tomamos un par de cervezas con ellos y unos amigos autóctonos hasta pasada la media noche. Nada más despertarnos al día siguiente fuimos de nuevo hasta donde los moáis para despedirnos de ellos y hacer las últimas fotos. Regresamos por la costa hasta llegar a una pequeña cala donde Jorge se animó a darse el último chapuzón para observar los peces. Pasamos por las cabañas para recoger nuestras mochilonas y cogimos un taxi para llegar al aeropuerto. Salimos con dos horas de retraso debido a una inspección técnica del avión. LLegamos a Santiago a última hora de la tarde y nos dirigimos directamente al hostal. Después de acomodarnos y darnos una ducha salimos a cenar a un restaurante cercano donde Sonia y Jorge se despidieron de la parrilla sudamericana. Estos días en la isla de Pascua fueron muy especiales para nosotros, nos gustó la idea de encontrarnos en el llamado "ombligo del mundo", y conocer los moáis, unas enigmáticas esculturas envueltas de misterio que consiguen cautivar a quien las conoce.